domingo, 9 de julio de 2023

Campamento Chacabuco, 1973

 En un anochecer de los primeros días de noviembre, frente a la segunda batería había seis camiones preparados para partir. Frente a la Agrupación Contrainsurgente (ACI), varios buses esperaban.

- ¡Voluntarios! - gritó el primero Tello.

A esa hora, con los camiones preparados para salir, había poco riesgo de realizar alguna tarea desagradable, así que casi toda la batería se ofreció. Seleccionaron a los seis soldados distinguidos, entre los que me encontraba. Cada camión tenía un cabo conduciendo y un conscripto.

Después de media hora de viaje, llegamos a la Base Aérea Cerro Moreno. En la pista había un avión rodeado de conscriptos armados y vehículos artillados.

Una vez que los camiones y los buses se posicionaron, hicieron bajar a los prisioneros y los condujeron hacia los buses. Vi a Luis Alberto pasar, con los hombros atrás, la frente en alto y paso firme.

Distribuyeron el equipaje en los camiones. Al parecer, cada prisionero podía llevar consigo un macuto del tamaño de una pelota de baloncesto.

El viaje hasta el campamento duró dos horas. Los prisioneros iban en los buses, custodiados por conscriptos de la ACI, mientras que los conscriptos de la segunda se encargaron del equipaje.

Al llegar al campamento, los prisioneros fueron agrupados en una cancha. Los cabos se saludaron con los del campamento y los conscriptos del Regimiento Reforzado "Calama" de Calama, los calameños, se hicieron cargo de los prisioneros, a garabato limpio:

- ¡Cuerpo a tierra!

- ¡Arriba!

- ¡Media vuelta carrera, marrr!

Después de unos 20 minutos, ordenaron a los prisioneros desnudarse por completo.

Veíamos a los prisioneros desnudos, de pie, con las manos en la nuca, tiritando. El frío en la pampa pelaba.

En ese momento, Diego bajó de uno de los camiones, se dirigió a los calameños e increpándolos, les pidió más consideración hacia los prisioneros.

Los calameños se burlaron de él y se le acercaron amenazadoramente. Entonces, desde otro camión, se escuchó el sonido de de pasar bala. Nunca supe quién fue, pero todos los antofagastinos pasamos bala, apuntando a los calameños, los que, mascullando amenazas e improperios, se retiraron.

Los soldados de la ACI se acercaron a los prisioneros, ayudándoles a vestirse y ofreciéndoles trozos de pan y cigarrillos para confortarlos un poco.


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